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Nuestras peores patologías

Los males de la ciencia

Juan Ignacio Pérez y Joaquín Sevilla

Next Door Publishers

Pamplona (2022) / 284 p.

  • José Pío Beltrán

  • Instituto de Biología Molecular y Celular de Plantas IBMCP (CSIC-UPV)

Hay libros que arrojan luz sobre zonas oscuras. Este es uno de ellos. Luz sobre la ciencia y el trabajo de los científicos, escrito a cuatro manos por dos investigadores, en un país donde la soledad se mide por la de la silla que ocupa el responsable de la ciencia en el Consejo de ministros, de acuerdo con lo que nos contó Alfredo Pérez Rubalcaba. Él debía saberlo. Este libro está escrito en forma de decálogo, diez capítulos y una excelente bibliografía. Los dos primeros se ocupan de la visión de la ciencia que tienen los autores, un fisiólogo y un físico experimental, experimentados. A partir de ahí un relato, salpicado con muchos ejemplos, de los males del sistema científico, del sistema de publicaciones, las malas prácticas, la mala ciencia y, al final, la relación entre ciencia y ética, y entre ciencia, política y comunicación. Tras tanta maldad, los autores hacen un esfuerzo por convencernos que los males de la ciencia tienen remedio.

 

 

El libro habla de curiosidad y de “métodos científicos”, más allá de la falsabilidad y de la reproducibilidad de los resultados, para contarnos el carácter contingente de la ciencia y la provisionalidad del conocimiento alcanzado como consenso entre especialistas. La ciencia como construcción social. Vemos pues que hilan fino, huyendo de las definiciones de manual. Delicioso el relato breve y conciso sobre el impacto social de los productos de la ciencia, desde Copérnico y Darwin hasta las vacunas, los antibióticos y la edición genómica. La ciencia como sistema: la financiación pública de la investigación asociada a la generación de riqueza y poder que tuvo su pálido reflejo en España con la creación de la Comisión Asesora de la Investigación Científica y Tecnológica a finales de los años 50 del siglo pasado. En la I+D financiada en España, de acuerdo con la producción científica, la I la financiaría el sector público y la D preferentemente el privado. Los lugares de ejecución de la investigación en instituciones científicas como las universidades y en Organismos Públicos de Investigación. La carrera investigadora en España está muy bien descrita, aunque, sorprendentemente, los autores no mencionan las peculiaridades del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Completan la descripción del Sistema de Ciencia, la necesidad de las publicaciones y su lectura como actividad esencial para la ciencia y para los que hacen la ciencia, el papel de los revisores y el de las editoriales y las organizaciones que publican indicadores de calidad, así como, las métricas que se utilizan para medir la productividad, como el factor de impacto de la revista o índices como el h. La lectura reposada del capítulo dedicado a los valores de la ciencia –universalismo, comunalismo, desinterés y escepticismo organizado– debería ser obligada para cualquiera que quiera iniciarse en la actividad investigadora, así como la de los manuales de buenas prácticas de las instituciones. Porque de los valores de la ciencia se deducen los de las personas que se dedican a ella. El reconocimiento social del descubrimiento original puede conducir, aún sin tener conciencia de ello, a malas prácticas, nos dicen los autores en boca de Robert K. Merton, como el efecto Mateo que conduce a la acumulación de méritos colectivos en individualidades o el efecto Matilda consistente en ocultar los descubrimientos de muchas mujeres científicas. 

 

Los autores muestran un sistema científico español con pies de barro, sustentándose en una financiación inestable y fragmentada. Esto obliga a los responsables de equipos a realizar continuas peticiones de recursos en convocatorias diversas con plazos variables y que a menudo no se cumplen. Con todo, lo peor está por llegar después de obtener financiación. La burocracia de los procedimientos convierte la ejecución de los presupuestos en un calvario. Precariedad laboral, salud mental y las contradicciones entre la comunicación de resultados y el secreto de los mismos para proteger intereses económicos desfilan por las páginas del libro. La evaluación por pares por editoriales que no pagan a los autores, ni a los revisores y que cobran abusivamente por publicar están acompañados de sesgos de publicación, baja calidad de las revisiones, trucos para aumentar el número de citas o la búsqueda artificial de factores de impacto altos. Las malas prácticas epistémicas en ciencia: fabricar, falsificar y plagiar resultados se suman a las de incumplimiento profesional, a las de tipo ético o incluso delictivas. Entre los males de la ciencia también está la mala ciencia. Los autores prestan atención, narrando curiosos ejemplos, a la ciencia patológica, a la ciencia sin interés y a la ciencia irreproducible. Los males de la ciencia son los principales enemigos de la ciencia, una ciencia que necesitamos y que acaba de demostrar, a modo de ejemplo, su capacidad real con la reacción del sistema científico, en su conjunto, frente a la pandemia de la COVID, concluyen los autores.


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